Si quieren aprender historia, de verdad, de la que se graba en la mente y
se recuerda, y que ayuda a entender mejor el mundo en que vivimos, visiten el
yacimiento arqueológico de Guarrazar, en Guadamur, a apenas 10 kilómetros al
sur de Toledo.
Las piedras no hablan por sí mismas. Son los arqueólogos los que las dan
voz. Subidos a hombros de gigantes, del trabajo de otros arqueólogos o
investigadores de múltiples disciplinas que les precedieron, levantan
cuidadosamente los estratos de tierra polvorienta que encierra los objetos
distinguidos que estuvieron en uso alguna vez, pero ya no, para intentar reconstruir desde nuestro presente, un mundo que ya
no existe. Luego escudriñan archivos, buscan paralelos, comparan, se asombran, imaginan,
lanzan hipótesis y las descartan, para buscar el cuándo, el cómo y el porqué,
en una eterna rueda que pretende acercarse cada vez un poco más a la verdad,
dar sentido a las cosas, que sean posibles. Todo para reconstruir los gestos,
las motivaciones, las ideas, de las personas que colocaron allí esas piedras,
las abandonaron, las derribaron, o las saquearon, para volver a levantarlas,
poco después, con otra forma, otro sentido, en un reciclaje sin fin.
Parece mentira que el sitio donde se encontró el Tesoro de Guarrazar, en
1858, permaneciera prácticamente abandonado, y sin que nadie se preocupara por
él, hasta este último decenio, cuando Juanma Rojas, que de niño miraba las
coronas votiva de Guarrazar, en un libro de historia, sin entenderlas, se
encontró de pronto con la posibilidad de hacerse cargo de la dirección de
este sitio emblemático, y no pudo hacer otra cosa que lanzarse, porque
¡era Guarrazar!
En muy pocos años, partiendo casi de la nada, porque nada era visible en
Guarrazar cuando llegó allí por primera vez en 2011, invirtiendo sus ahorros, y
con muy poca ayuda pública, está obteniendo unos resultados asombrosos desde el
punto de vista histórico, y espectaculares desde el de la puesta en valor.
Porque nada tiene sentido, si la sociedad, al final, no tiene acceso, o no
puede disfrutar del patrimonio y el conocimiento. El trabajo en el sitio, no
sólo arqueológico, sino para hacer de él un lugar visitable y accesible, es impresionante. Hay muchas horas de trabajo echadas por el arqueólogo y sus
colaboradores para que puedan llegar allí los visitantes, aunque tengan alguna
discapacidad, o sean los niños, recorrer el lugar cómodamente, y aprender.
Sólo después de un inmenso trabajo, y de una experiencia de más de 30 años
como arqueólogo, puede hacerse hablar a las piedras como lo hace Juan Manuel
Rojas. De verdad, no se lo pierdan.
De la nada, de la historia tradicional y asumida sin reflexión de que las
coronas fueron escondidas en Guarrazar cuando los godos huían de la invasión
islámica, en ese lugar, precisamente porque era irrelevante, porque pasarían
desapercibidas, Juanma está haciendo aflorar un lugar que, cada vez es más
evidente, por la entidad de los edificios que están apareciendo, era un
sitio singular, y bajo la luz de esa nueva realidad, la historia, incluida la
de la ocultación del tesoro por gente que escapaba desde Toledo, cambia
totalmente.
Y aquí es cuando Juan Manuel Rojas, en el sitio donde tuvieron lugar los
hechos que relata, adquiere otra dimensión. Yo, que he leído sus artículos, y
lo he escuchado en varias conferencias, puedo decir que la historia
adquiere otra dimensión cuando te la cuentan en el yacimiento, y en la noche,
estrellada, acompañado por los sonidos de la fauna nocturna y de un saxo, mucho
más.
Plantado allí delante, como un maestro de ceremonias, él es arqueología, y la arqueología es él. Todo se funde en una sola cosa. Pasión por la historia, por el
conocimiento, y porque lo que sabe, que es mucho, no se quede sólo en su mente. Cuando lo cuenta, cada piedra está donde debe estar, tiene su sentido. Cómo llegó allí, de donde, por qué en esa posición y no otra, por qué desaparecieron, quién se las llevó, lo que pensaban las personas que las colocaron, las ideas, sus creencias, lo que sentían. La
fuente explica todo, el origen, el alfa, el porqué del sitio, el valor que
daban al agua los antiguos, que nos sirve para reflexionar sobre la poca importancia
que la damos ahora, cuando la hacemos brotar de un grifo, con sólo un gesto. El
sol sale por donde debe salir, y el peregrino se sumerge de espaldas en el agua
purificadora mirando al lugar por donde cada día el sol da la vida. Todo lo
demás va tomando sentido entonces, el hospital de peregrinos, el monasterio, y
la gran basílica de Santa María de Sorbaces. Juan Manuel Rojas pasea por su
nave central, en dirección hacia el altar y el ábside, mirando al este. Imagínenlo caminando sobre un suelo de mármol reluciente, realmente entre
cascotes ásperos de la ruina. ¡Pero qué bella ruina! Según se aproxima fantaseo que enseña una corona
votiva que sostiene en las manos, símbolo de su sumisión a Dios, al rey de reyes,
mientras clavo una rodilla en el suelo en señal de respeto. Al acercarse, subo
tímidamente la mirada y puedo ver que la corona tiene una leyenda en colgantes,
y leo, "Recesvinto". Porque el Rey, realmente estuvo allí. Una de las pocas veces que se puede decir esto con casi total seguridad.
Sólo cuarenta años después, el imperio más poderoso del occidente
mediterráneo se derrumbó inesperadamente, haciéndonos ver lo rápidamente que
puede cambiar el mundo o qué frágil es. El tesoro estaba donde tenía que
estar.
Mientras, a apenas unos kilómetros, el imperio del mal gusto y la
banalidad, del desprecio por el medio ambiente, llena de ruidos estridentes, y
rayos de luces, la hasta entonces, maravillosa noche. El omega, el final, la decadencia...
Isabelo Sánchez
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