Colección arqueológica del Museo de Santa Cruz. El último canto del cisne

Isabelo Sánchez Gómez
Licenciado en Geografía en Historia


"Pero una vez más la historia del Museo de Santa Cruz nos recuerda a la bella y triste Penélope, mujer de Ulises, que pasó gran parte de su vida tejiendo y destejiendo un tapiz con la esperanza del retorno de su esposo. De este modo y una vez más, el Museo se ve obligado con motivo de una nueva exposición temporal, a desmontar su exposición permanente, volviendo a guardar, nuevamente, sus fondos de la sección de Arqueología y gran parte de la de Bellas Artes."
Alfonso Caballero Klink. 2017:  El Museo de Santa Cruz de Toledo

 
Acceso a la exposición permanente del Museo de Santa Cruz de Toledo, en 2013



Siguiendo con esta serie sobre la Sección de Arqueología del Museo de Santa Cruz, os traigo hoy el último "canto del cisne", antes de que la colección se guardara una vez más, como consecuencia de la instalación de la exposición de "El Año Greco", hasta el momento actual.

Vitrinas Paleolítico y Neolítico-Edad del Bronce. Arqueología. Museo de Santa Cruz

En el año 2008 se cerraron las salas de arqueología ubicadas en el sótano, debido a los problemas de humedad, aunque ya en esos momentos la museografía estaba muy anticuada, y el espacio claramente era inadecuado. Aunque todo el museo ha sufrido las consecuencias de las grandes exposiciones, y de las esperas para el gran montaje que se debería haber hecho contando con el espacio de Santa Fe, parece que la colección de arqueología ha sido la más afectada, siempre provisional, y en movimiento de edificio en edificio, y dentro del propio Museo de Santa Cruz, de espacio en espacio, o guardada y vuelta a montar, cada cierto tiempo.

Colección Arqueología. Aspecto del crucero. Museo de Santa Cruz. 2013

La mayoría de los museos provinciales de nuestro país se han caracterizado por ocupar generalmente edificios históricos adaptados, y por lo tanto por tener problemas para adaptar el discurso y las instalaciones museográficos,  con la conservación y mantenimiento del edificio y de las colecciones, y de espacio. Para el caso del Museo de Santa Cruz, la crónica falta de recursos económicos y de personal, ha bloqueado cualquier planteamiento de crear una institución que pueda cumplir adecuadamente sus objetivos.

Vaso Campaniforme. Ajuar Necrópolis del Valle de las Higueras. Huecas. Toledo 2.400 a.C.

En el año 2000, la exposición "Carolvs" supuso el parón definitivo de las salas permanentes. Las colecciones fueron retiradas. Las labores necesarias de rehabilitación fueron demoradas, al tiempo que se iniciaban las obras de Santa Fe, ampliación que debería de haber supuesto la solución definitiva para el museo. Sin embargo, tal vez este fue el  motivo del calvario que la exposición permanente sufriría a partir de ese momento, ya que el planteamiento era no volver a montarla hasta que dichas reformas y nuevos espacios estuvieran disponibles. Las obras de Santa Fe se prolongaron más allá de lo previsto, debido entre otras causas a la aparición de restos arqueológicos, algo con lo que debía haberse contado desde el primer momento.

Detalle de Estela con Guerrero, Las Herencias. Toledo. siglo VII a.C.

Ante la finalización de las obras, en el año 2004, se anunció la inmediata contratación de los proyectos museográficos, sin embargo, por diversos motivos el espacio siguió sin ser destinado al uso para el que había sido remodelado. Al final, como consecuencia de la falta de uso sufrió desperfectos que hicieron necesaria una nueva reforma. La eterna espera ralentizó o dificultó cualquier otra inversión con la expectativa de su pronta apertura. Los cambios políticos, y la falta de una política de museos clara y definida por parte de la administración regional, acabaron por desbaratar toda esperanza en un museo decente.

Urna funeraria. Santa Cruz de la Zarza. Toledo, Siblo VI a.C.

La “promesa”, o el “deseo”, de un espacio propio para la arqueología de Toledo ha flotado y sigue flotando en el ambiente de la sociedad toledana, derivado de la visible precaria situación de la exposición permanente de arqueología que tradicionalmente ha tenido el museo, y la incomprensible falta de concordancia entre una ciudad repleta de tesoros arqueológicos, y la no existencia de un lugar adecuado para exponerlos.

Cerámica a mano bícroma procedente de ajuar funerario. Casa del Carpio. Belvis de la Jara. Siglo VII a.C.

En tanto en cuanto se tomaban decisiones, en el año 2009, el director entonces del museo, Alfonso Caballero Klink,  decidió volver a instalar la exposición permanente en la parte alta del crucero, y en el caso de la arqueología se dispusieron para ello vitrinas nuevas, e incluso se abrió un nuevo espacio “Mudéjar” en unas habitaciones de la planta baja. Esta exposición, con un claro carácter provisional, hay que decir, sin embargo, que fue, probablemente, la única salida encontrada por el técnico para poder ofrecer al público, aunque fuera mínimamente, el patrimonio arqueológico, sacándolo de las cajas de los almacenes.



El crucero alto es un espacio diáfano impresionante en forma de cruz, que presenta grandes posibilidades para poder exhibir los objetos de una forma atractiva para el público, aunque con las debidas adaptaciones técnicas. Frente al sótano, donde se encontraba anteriormente la colección de arqueología, sin duda, no hay comparación, aunque claramente se veía que el montaje era una solución, de nuevo, provisional. En aquel entonces, el crucero inferior, estaba completamente vacío, y solía dedicarse para la realización de actos públicos, principalmente de representación política. La sensación que transmitía la profunda oscuridad y vacío de la planta baja era de extrañeza y desazón. 


Todas las piezas de la colección permanente, desde el Paleolítico hasta la época moderna, fueron ubicadas en el mismo espacio del crucero, dispuestas en una sucesión cronológica que avanzaba, desde el punto de arranque, en la Prehistoria, recorriendo todos los brazos del crucero, hasta la vuelta al mismo punto de salida. La arqueología se situó en el primer brazo, que se había dividido mediante un sistema de mamparas que servían a la vez para contener pequeñas hornacinas con materiales arqueológicos. 


No trato aquí de criticar la buena voluntad del director del museo, que probablemente consideró que era la única solución viable para exponer las colecciones, e hizo lo que pudo, sino la dejadez de la administración. El espacio que permitía visualizar la exposición de arqueología era mínimo, dando una sensación de estrechez que no invitaba a permanecer en el lugar durante mucho tiempo. La exposición se presentaba mediante los  objetos, vitrinas y tarjetas identificativas,  sin ningún elemento más de apoyo, ni un cartel, ni paneles, ni fotografías, etc. En las vitrinas se exponían las muestras que pueden considerarse más representativas, sin ningún interés por mostrar conjuntos completos y mucho menos contextos arqueológicos, culturales o paisajísticos. Las piezas se identificaban mediante tarjetas informativas, la mayoría de veces individuales, aunque también se utilizaban para describir pequeños conjuntos, con una inscripción sucinta, una pocas líneas donde se decía qué era, la fecha, su procedencia, y sólo en español. No existía ninguna información más, ni textual ni visual y, está claro que los objetos no hablan por sí mismos.

Ataifor. Talavera de la Reina. S. XI. Cerámica con decoración de cuerda seca parcial


Si no hay ningún elemento de apoyo, sin didáctica, es imposible que el museo pueda cumplir una función social. En este contexto el museo no es museo, sino sólo un relicario, un gabinete de curiosidades, un escaparate donde el único recurso para que el cliente “compre” el producto, es la estética del objeto. Los materiales aparecen así despojados de la “inteligencia” que los eleva sobre el resto de objetos que cotidianamente nos acompañan.


Por su parte, la guía que se editó del museo proporcionaba muy poca información en relación a la arqueología, sólo una enumeración de los elementos que podíamos encontrar en la exposición. Esta enumeración, además, no contemplaba algunas de las piezas, tal vez porque fueran introducidos posteriormente a la edición de la misma, como son el verraco, o los recipientes procedentes del Cerro de la Mesa. La guía incluía la descripción de tres piezas de una forma un poco más extensa: el relieve celtibérico de El Cerrón (Illescas), un bronce romano que representa a Hércules, y un brocal de pozo de la taifa toledana. El folleto aportaba poca más información referente a los materiales. Tampoco el espacio web dedicado al museo aportaba mucha más información. Una página web permite ampliar prácticamente sin límites todos los espacios de la exposición física, permite la planificación de la visita y obtener otras informaciones relacionadas con el establecimiento, pero en este caso no era así.



Hasta el año 2012, cuando fue desmantelado, existió un gabinete de Educación y Acción Cultural que se encargaba entre otras actividades de organizar conferencias, talleres infantiles y otras propuestas didácticas. El objetivo final debe ser acercar el museo a la sociedad, y para ello deben valerse de métodos didácticos, actividades y técnicas de comunicación.  En la comunicación del significado de los objetos al público es donde el museo cumple su función social y por lo tanto justifica su existencia. Con una difusión nula o deficiente, y por lo tanto con una percepción del museo como algo ajeno y sin utilidad, es difícil atraer al público.


Aspecto del crucero inferior desde el alto. 

Cuando se permite o, mejor dicho, se condena a los museos a subsistir con unos recursos extremadamente limitados, lo que se está haciendo es privar a la sociedad de lo que es suyo, la cultura, lo que puede traducirse como un “desprecio” de los poderes políticos al público en general. En todo caso, bueno o malo, ese fue el último momento que vimos lo que podríamos denominar una exposición de arqueología en el Museo de Santa Cruz, su último canto del cisne.


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