Diego Rivera (1913). Col particular de Enrique Freyman, sacado a subasta por Sotheby's
M. Antonio Zárate Martín mzarate@geo.uned.es
Este cuadro del mexicano Diego Rivera (1886-1957) abre la
sección “Miradas al paisaje”, mostrando
como maestros de la pintura universal han sido atraídos por la calidad
paisajística y monumental de nuestra ciudad y sus alrededores. Esa atracción
contribuye a justificar por qué sus paisajes han de ser protegidos y
conservados para la sociedad actual, y trasmitidos a futuras generaciones. En
este caso, es un cuadro pintado por el mexicano Diego Rivera durante su
estancia en Toledo en 1912, atraído por la fama de sus valores patrimoniales y
las huellas de figuras como Benito Pérez Galdos, Bartolomé Cossio divulgador de
la obra del Greco, y pintores como Aureliano Beruete, fallecido aquel mismo
año, Santiago Arredondo y los universales Joaquín Sorolla e Ignacio Zuloaga.
La vista corresponde a la zona de Safont, con valores
pictóricos que forman parte de las características del artista mexicano cuando
lo pintó: pureza de líneas, geometrización y vigor plástico de las formas. Lo
mismo se puede decir de la luz pura y de la atmósfera transparente con las que
el paisaje es representado, con colores limpios y diferenciados unos de otros
que recuerdan la técnica “cloisonnée” de Delaunay, y donde ya están presentes también
la influencia de Cézanne, incipientes consideraciones de lo que sería el
cubismo y menos la influencia del Greco que en otras de sus obras será más
intensa y al que tanto admiró Diego Rivera. El paisaje es absolutamente
familiar y bien conocido de los toledanos, y como tantos otros de nuestra
ciudad, relativamente bien preservados y ahora amenazados, a pesar de esfuerzos
en este caso para su recuperación y mejora medioambiental y cultural en los
1990, incluida la instalación de una azuda y un canal rememorando la captación
de aguas del Tajo realizada por Safont para llevarlas por una mina a la Vega
Baja y permitir la puesta en regadío de todas sus tierras a mediados del siglo
XIX.
La vista muestra en primer plano el barrio de la
Antequeruela, con la torre Albarrana de la Almofala y la puerta Nueva, y el
meandro abandonado del río desde que se colmató uno de los dos brazos que daban
origen a la isla de Antolinez, presente en los planos y vistas de la ciudad
antes del XIX, entre ellas la del Greco del Metropolitan de Nueva York. La
belleza del lugar es resultado del contacto de la ciudad con la llanura aluvial
del río, con altos árboles de ribera, y los potentes depósitos de arcillas de
la orilla derecha: tierras de color ocre y fuerte aridez, en caída brusca sobre
el río desde niveles superiores, parte de terrazas fluviales anteriores a la
actual. La diferencia de nivel, con fuerte pendiente sobre el río, y la
naturaleza de la roca, facilitan su descomposición y la erosión de las
vertientes por las lluvias, originando cárcavas en un típico paisaje de “bad lands”, cuyo más espectacular exponente
próximo a Toledo son las barrancas de Burujón.
El contacto de la ciudad con el campo y la dualidad de
tierras y paisajes en Safont: la fértil llanura aluvial del río cubierta de
cultivos y el frente de cárcavas excavadas en la vertiente, con el horizonte
más alto de antigua terraza fluvial, son soporte de la belleza del lugar y
recursos que permiten al artista mostrar su sensibilidad y capacidad para
expresar emociones y sentimientos de un paisaje que se carga así de valores culturales,
justificando la necesidad de conservarlo y ponerlo en valor, al menos de forma
parecida a como lo pintó Rivera en una de sus obras menos conocida por haber permanecido
durante décadas en la colección privada de Enrique Freyman, agregado cultural
del Gobierno mexicano en París, hasta ser puesta en el mercado por la casa de
subastas Sotheby's y vendido por más de un millón de euros en 2016.